FERNANDO ITURRIBARRIA
Sudáfrica obtuvo una estéril victoria sobre Francia que no le impidió convertirse en la primera selección anfitriona eliminada en la fase de grupos de una Copa del Mundo pero al menos puso su honor a salvo. Los franceses, subcampeones del mundo, se fueron a la «maison» a las primeras de cambio como en el Mundial de 2002 y en la Eurocopa de 2008, con el ridículo añadido de haber mancillado la imagen de su fútbol y de su país con un comportamiento bochornoso.
El equipo «bleu», que había llegado a Sudáfrica a una tramposa mano de Thierry Henry en la repesca con Irlanda, fue castigado en su deshonrosa despedida con una actuación arbitral casera y justiciera. Descentrados por los escándalos repetidos en su seno, tuvieron que jugar con diez jugadores durante más de una hora por expulsión de Gourcouff,
Domenech ejecutó la previsible revolución francesa. La cabeza más significativa segada por su guillotina fue la de Patrice Evra, que la víspera ya no había comparecido a su lado en la ritual conferencia de prensa de pre partido. Capitán de los «bleus» desde los amistosos preparatorios, el lateral pagó los platos rotos por haber sido una de las cabezas visibles de los amotinados.
Domenech no reacciona
El primer tanto sudafricano llegó en una cantada de Lloris que aprovechó Tshabalala a los veinte minutos. Cuatro minutos después el colegiado expulsó con roja directa a Gourcouff por un codazo propinado a Sibaya. Con diez en el campo, Domenech se quedó anodadado, hiératico y pasivo, sin ninguna capacidad de reacción. Los «Bafana Bafana» aprovecharon el desconcierto galo para llegar por oleadas al área del nervioso Lloris. El segundo tanto tardó poco en llegar. Una pelota remitida al segundo poste, esta vez desde la banda izquierda, fue enviada al fondo de la red por Mphela, que se anticipó a Clichy.
Con los cambios en la segunda mitad, como no podía ser de otra forma, la maquinaria francesa funcionó mejor. La recuperación de los principios fundamentales tuvo como justa recompensa el gol de Malouda, asistido por Ribéry, que inauguró el casillero anotador francés en Sudáfrica. Un tanto que a la postre resultó inútil.